Emblema, Productora de 81 años que Cría Cabras

Doña Yolanda Alcaraz, una productora de 81 años que cría cabras en Villa de la Quebrada.

 

 

 


Vive en el establecimiento El Ñandú donde elabora dulces, hornea pan, prepara queso cremoso y quesillo para vender a los turistas. Además de cuidar sus animales, se da el gusto de salir en la tele.

Generosa, agradable, segura de sí misma y con una fuerza de voluntad increíble, así podríamos definir, en pocas palabras, a doña Yolanda Petrona Alcaraz, que vive desde hace 81 años en Villa de la Quebrada y se dedica a la cría de cabras en el establecimiento El Ñandú. «Desde que falleció mi marido me manejo con los animales. Hago queso cremoso, quesillo, dulce de frutas, pan casero, torta al rescoldo. Produzco más en el verano porque vienen los turistas. La cantidad de gente que me conoce es impresionante», asegura la mujer, que en marzo fue elegida por el ciclo Cocineros Argentinos, al considerar que prepara el mejor plato emblema de San Luis: el chivito asado. Por supuesto, compartió su receta con todo el país.

La única condición que puso para darle una nota a la revista El Campo fue que su hija mayor pudiera verla desde Italia, un deseo muy fácil de conceder en estos tiempos en los que internet domina la vida de todos.

Ella se ríe, pero se pone muy seria al hablar sobre su trabajo: «Hace una década hice una capacitación, cuando el gobierno provincial implementó el Plan de Desarrollo Caprino. Nos llevaron a Catamarca para aprender sobre la elaboración de quesos, la pasteurización de la leche y aprendimos todo lo que implicaba criar las cabras. Es todo un mundo que no conocía», dice mientras sus nietos juegan alrededor suyo y repiten lo que dice con un cariño infinito.

La protagonista de esta historia está sentada en el patio de su casa, el piso es de tierra, pero está regado, y solo se escuchan los ruidos que hacen los animales que están cerca.

Yolanda es muy activa: una mañana hace quesillo, otra prepara dulce de leche, hornea pan, pero todos los días elabora algo con sus propias manos.

«Me crié en esta actividad, pero nunca supe qué provecho se le podía sacar al animal hasta que me capacité. Recuerdo que viajamos al INTA de Catamarca. Allá nos enseñaron a elaborar los quesos artesanales, creo que esto fue en el año 95 o 97. En esa misma época el gobierno provincial le dedicaba mucho interés a la cría caprina, fue cuando se inauguró la planta de quesos artesanales», recuerda, y explica que estuvo ocho años capacitándose y trabajando.

El proyecto en El Ñandú está asentado sobre un lote que mide alrededor de mil metros de largo y 122 de ancho.

«En aquella época decidí cambiar de genética, esto es cuando pasás de un reproductor macho, ahora tengo el boer, antes tenía anglo nubian. Pero voy rotando y comprando, siempre para mejorar. Ahora lamentablemente me han quedado pocas cabras porque hace dos años unos perros salvajes me mataron la mayoría de las madres. Pero con las que tengo voy tirando. Yo no me voy a quedar. Mientras pueda trabajar, lo voy a hacer. Tengo muchas ganas, no porque tenga 81 años dejaré de hacerlo», afirma y frunce el ceño.

Los materiales. Yolanda tiene en sus manos los moldes cilíndricos en los que prepara los quesillos.

De las 70 cabras que tenía le quedaron alrededor de 25 y 100 chivitos guachos. «Vendo reproductores boer, los que más me compran son mis vecinos. Fue terrible el tema de los ataques de perros salvajes, porque denunciábamos, pero nadie hizo nada hasta que comenzaron a agredir a los terneros de los hacendados. Ahora con estos poquitos chivos voy tirando e intento ir recuperando».

«Recuerdo que cuando mi padre estaba vivo teníamos muchos animales, él hacía lo que podía y todos le ayudábamos. Pero antes criábamos a los animales sin saber la gran utilidad que tenían. Lo aprendí después, durante las capacitaciones. Vimos que de la cabra se podía preparar el chorizo, el arrollado y el escabeche, entre otros platos con buena salida, es un animal con mucha utilidad. Es muy rentable. Es lo mismo que criar gallinas ponedoras, tenemos 30 y ellas nos dan huevos y carne, siempre tenemos qué comer», explica la mujer, que también cría 18 pollitos y 12 pavitos pichones.

Yolanda vuelve a repetir que su vida son los animales de la granja. «Tuve algunas vacas, pero las vendí porque en esta zona el pasto es escaso y el campo no da para eso. Pero me quedaron los chivos y mientras pueda criarlos, yo soy feliz. Esta tarea requiere mucha paciencia, en junio van a nacer más y dejaré reposición si Dios quiere», dice, y explica que tiene que aumentar el número de animales como se pueda porque son su medio de vida.

«Gasto en los alimentos de invierno, si nacen los chivitos y les falta leche hay que darles un sustituto en mamadera. Hay que estar al día, mis cabras están desparasitadas y clasificadas, como me enseñaron los veterinarios del plan. Mantenerlas así es muy importante», enfatiza, y sigue: «Acá sabemos cuidar los animales si tienen infecciones, hasta tengo armado un botiquín para las urgencias. Cuando van a nacer los chivitos, tengo todo lo que necesito para el parto y para la madre por las dudas de que pase cualquier cosa. Tengo los libros que nos dieron, está todo anotado y guardado. En la fábrica trabajé ocho años y me retiré porque ya era tiempo de dedicarme a mi campo».

La fábrica no para

«La cantidad de gente que me conoce es impresionante, siempre me llaman, me preguntan si tengo chivitos. Ya tengo clientes fijos y se llevan dulce de leche, pan casero, quesillo. Me han dicho que es muy rico. No miento, el año pasado hice hasta 15 quesillos y se los llevaron en un día», cuenta con orgullo.

La cantidad de quesillo que elabora depende siempre del nacimiento de chivitos y de las madres para sacarles la leche. «Si tengo diez lecheras, extraigo fácilmente 10 litros por día. El sistema de ordeñe, cuando trabajábamos en el plan era con una máquina. Los animales subían a una banca, les poníamos la comida adelante y parados les sacábamos la leche. Ahora lo hago de manera manual, es como una vaquita. Ellas son buenas, no me esquivan, yo disfruto mucho el trabajo», asegura mientras hace movimientos con las manos.

Doña Alcaraz quedó viuda cuando el menor de sus hijos tenía 5 años, en total son ocho y ninguno se dedica a la cría de animales.

Yolanda no tiene secretos, le gusta compartir sus conocimientos y las recetas con las que prepara cada alimento. «Hago los quesos con la leche pasteurizada», aclara de antemano, hace una pausa y cuenta brevemente los pasos que da para obtenerlos: «Primero se calienta la leche, a temperatura baja, y cuando corta empieza a trabajar el queso. Todo depende de cómo se lira, es decir cuando uno le pasa el cuchillo, se hacen cuadritos y si son angostitos, salen quesos semiduros. En cambio si son anchos, se hace cremoso. En cuatro horas se prepara y se termina todo el proceso, es bastante rápido».

La productora asegura que está muy feliz, vive de una actividad tranquila con su familia en El Ñandú. «La vida a mí me ha bendecido. Entrar al plan fue como empezar a vivir de nuevo. Aprendí tantas cosas. Tengo todos los aros y los recipientes para armar los quesillos. Ahora sigo cada paso de memoria, tengo los libros por las dudas que el día de mañana venga alguien que quiera aprender, yo no tendría ningún problema en enseñar a preparar los quesos. Los presto, les sacan fotocopias y me los devuelven, son una reliquia para mí. Pueda ser que alguno de mis hijos o mis nietos los necesiten en algún momento», expresa con emoción.

«El que sabe y le gusta, puede hacer de todo siempre; al que no le gusta hacer nada, eso ya es otra cosa», opina Yolanda y continúa: «En los quehaceres con los animales me ayuda mi viejito, mi mano derecha, que tiene 71 años, es mi pareja y se llama Pedro Gutiérrez. Hacemos todo juntos, él sabe lo mismo que yo. Mi hijo más chico es el único que vive conmigo junto a su señora, yo estoy feliz de que estén acá conmigo. En total tengo ocho, cuatro varones y cuatro mujeres», detalla y hace una breve pausa, porque Yolanda habla rápido, como si las palabras le brotaran sin remedio.

En total la mujer tiene ocho hijos, y mientras los nombra, sonríe. «Son cuatro varones y cuatro mujeres, todos Albornoz. La mayor se llama Ramona Iris, Jesús Raúl, Ramón Aníbal, Guillermo Ignacio, Nancy Beatriz, Martín Hipólito, Claudia Cristina y Roberto Ceferino, este es el más chico, que vive conmigo y que es el jefe de bomberos de Villa de la Quebrada, él fundó el cuerpo», cuenta orgullosa.

Las anécdotas se amontonan una detrás de la otra: «Cuando hubo un incendio, tuvo la idea de crear el equipo de rescate. Por eso está ahí estacionada la autobomba en el patio, lista para salir. Él es muy luchador y ama su profesión».

Doña Alcaraz habla maravillas de todos. «Mi hija mayor se casó y se fue a vivir a Italia, por eso quiero que esta nota llegue hasta allá. Cada uno tiene su hogar y sus hijos. Tengo otra hija que vive en el Departamento San Martín. Pero todos vienen durante la semana a ayudarme. Las chicas lavan, limpian por todos lados. Me dejan la ropa impecable. Hacen todo lo que no alcanzo a hacer yo, porque las cabras llevan mucho tiempo», cuenta agradecida.

Un día de doña Yolanda comienza bien temprano. «Me levanto a la mañana con energía y me acuesto con la misma fuerza ¿eh?. Gracias a Dios no tengo ninguna enfermedad, soy una persona muy sana. Solo tomo una pastillita para la presión», cuenta con ritmo, porque tiene las ideas claras y sabe de lo que habla. Quizá se desenvuelve tan bien porque tiene soltura para hablar con los medios, son muchos los que recuerdan su paso por Cocineros Argentinos, fue toda una sensación para la familia y los amigos esa experiencia en la TV Pública, que no la amedrentó en absoluto.

Yolanda también habla con amor de sus hermanos, porque asegura que la familia es lo más importante. «Hace poco más de un año logramos repartir las tierras que nuestro papá nos dejó. Los lotes que están para la derecha son de mi hermano menor, que tiene su casa en el pueblo de Villa de la Quebrada y es policía retirado. A la izquierda está el de mi hermana que vive en el pueblo también y nunca le gustó la vida del campo, y otra que vive en la ciudad de San Luis desde hace muchos años; y el resto están distribuidos alrededor del pueblo», explicó sin más detalles.

«Soy como soy, me gusta el trabajo, no me achico. Pienso que debe haber muchas mujeres como yo, jefas de hogar, que les gusta trabajar y luchar. Si las hay, las felicito. Nada tiene que detenerlas, siempre hay que seguir adelante. Muchas son pioneras en este trabajo de campo. Martita Bravo es una mujer luchadora, y es impresionante porque tiene los mismos sentimientos por los animales que yo. Ella vive en el Barrial, acá en la villa y estoy orgullosa de mi amiga», concluyó, haciendo el primer silencio en casi dos horas en las que no perdió la sonrisa ni la fe en que todo siempre le va a salir bien.

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